diumenge, 3 de febrer del 2019

Los sombreros de las señoras

Rosa Chacel a Desde el amanecer escriu:  
Contemplaba el Sagrario cerrado por una cortina blanca —raso y oro— y me concentraba en vivir su interior. Pero no es que me imaginase viviendo yo en él, no, hacía por imaginarlo sin nadie dentro, sin ningún ser humano.
Claro que lo que imaginaba era que dentro de él vivía un ser extrahumano: ¿con forma humana? No exactamente forma, sino una imagen y semejanza inimaginable. Yo no veía su forma, pero sentía su belleza; sentía que era la Belleza —la Belleza y la Vida, la Verdad y la Vida, la Verdad y la Belleza—, por mucho que imaginase no llegaba a saber cómo era. Si hubiera creído saberlo, habría sido falta de imaginación y no, eso no me faltó nunca: nunca lo imaginé imaginable. De lo único que tenía la certeza, lo único que lograba realizar in mente, era que vivía allí, que allí dentro algo —Alguien— vivía. Jamás pude plegarme a otra forma de oración en la iglesia; si no conseguía sumirme en esa contemplación me entretenía en observar los sombreros de las señoras.

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